El ecuador queda atrás. Por delante menos que por detrás. Las frases empiezan a dejar atrás sus verbos. Todo parece ir más despacio, excepto el tiempo. Tus movimientos se ralentizan y el cuerpo hace ya unos cuantos años que te envía señales. Entonces, un día haces una de tus listas. La títulas: «cosas que no he hecho». Algunas, las más evidentes, se pegan entre ellas para que tu teclado las escupa de inmediato. ¿Cómo es posible que aún no la haya hecho? Alguna razón habrá. Nadie te gana a justificaciones. Eres una máquina de diseñar y producir justificaciones. De mil formas y colores. Todo parece tener un porqué.
Empiezas a pensar que ocupan demasiado espacio en la pantalla. Lo mismo en tu vida. Son tantas que decides ubicarlas en categorías. Los viajes, las emociones, los libros, los compromisos contigo misma. Detienes un momento la maquinaria. Hay que construir una justificación de orden superior. Una a una, todas esas líneas te superan. Estás a un paso de borrarlas. Fuego purificador. Quizá sea mejor comenzar una nueva página. Control. Enter. De nuevo la pantalla en blanco. No pasa nada. No hay de qué preocuparse.
Vuelves atrás. La lista no perdona y captura tu atención de nuevo. El futuro sigue en blanco pero tus dedos ya se ha repartido por las teclas y en la pantalla descubres verdades como puños. No vas a disponer de un plan B. Solo existe esta dimensión, solo este tiempo, solo esta vida. No has conseguido ganar ninguna bola extra. Lo que todavía no has hecho; lo que querrías hacer. Un ejercicio sencillo. ¿Por qué esta mañana? Tendrá la culpa el calendario. No hay día que falte a su cita. Rebuscas en tu yo adulto, pero se derrumba atrapado entre sus culpas.
Fuera el día no ayuda. Se escucha la lluvía. Nada que deba sorprender a estas alturas de año. El té todavía está caliente. Respiras tranquila, dejas que las manos descansen; la lista, llena. Ante ti lo que no eres.
Imagen de Marie Sjödin en Pixabay.