Cuando la tecnología cansa

by Julen

Dice la RAE que una persona o un animal pueden llegar a ser cansinos, esto es, que su capacidad se ve mermada por el cansancio. A mí, lo reconozco, muchas veces me pasa con la tecnología; no con una persona o un animal, sino con la tecnología en sí misma. Ese mantra que la acompaña –en constante renovación, en beta permanente– comienza a hacerla cansina. Como ley sagrada no hay quien se rebele: una vez que tienes un producto tecnológico en el mercado, no hay forma de escapar de la rueda. Toca irlo modificando cada cierto tiempo. Se supone que a mejor. Aunque hay veces que lo bueno conocido era mejor.

Pese a todos los avisos de que la sostenibilidad del planeta se construye, en gran parte, a base de lógicas de consumo más contenidas, no hay manera de contener a la jauria. Toda organización que quiera ser competitiva necesita en la actualidad una permanete renovación de su oferta. Por activa y por pasiva se le dice que debe fagocitar sus propios productos y servicios antes de que lo haga la competencia. Hay que tensar la cuerda y retar las capacidades internas. Siempre se puede hacer mejor. Así que ya estás perdiendo el culo detrás de la siguiente idea para renovar vestuario.

¿Nadie es capaz de contraargumentar y echar mano de filosofía slow o algo por el estilo? El software vive de renovar sus versiones. No hay forma de estabilizar un producto. Es más, alguien nos ha convencido de que no puede ser de otra manera. Cada cierto tiempo tienes que colocar una versión actualizada en el mercado. Nos explicarás los maravillosos avances que supone respecto a la anterior. Casi como diciéndonos: vaya mierda de versión la anterior, nada que ver con las maravillosas prestaciones de la nueva. Hasta que, claro, llega la siguiente que sustituye a la «maravillosa» y esta pasa a sufrir lapidación pública.

Más allá del software, toda la industria vive presa del mismo patrón. En lo que me toca más de cerca, por ejemplo en el sector de las bicis, la renovación anual de producto es un axioma. Un usuario que lleve cinco años con el mismo producto empieza a ser sospechoso de imbecilidad (es mi caso, lo reconozco). Ahora mismo estoy en proceso de actualizar mi bici y comprar la que va a salir en breve. La nueva Orbea Oiz está en camino y me siento metido de lleno entre la turba que espera el nuevo lanzamiento como el maná que llegará del cielo y sanará todos los males. Hasta el lanzamiento del año que viene, por supuesto.

El progreso parece que viene con estas cosas. Sí o sí, renovación de producto. El marketing a toda máquina elaborando mensajes para informarnos vendernos cuándo se trata de simple renovación y cuándo de una auténtica revolución. Hay que dosificar las novedades para que sean capaces de capturar la atención de un público entregado a la causa del nonstop updating forever and ever. Ahí nos han instalado, en tribuna para que veamos el espectáculo. ¿Como borregos? Más o menos, más o menos.

Los productos, ya se sabe, hoy salen de fábrica con obsolescencia programada. Puede ser industrial, esto es, basada en la física de los artefactos, o psicológica, trabajada a base de persuasión y propaganda afinada con las más modernas técnicas que puedas echarte a la cara. En el fondo, el acoso y derribo siempre termina por funcionar. A ver quién aguanta a esa criatura que a moco tendido te dice que la camiseta de su equipo de los amores es una antigualla comparada con lo último que se lleva en su ikastola. Así que a pasar por el aro. Porque si no lo haces tú, lo hará su abuela, su tío o cualquiera que tenga sentido de la responsabilidad y del progreso. Mala persona, que eres una mala persona.

En estas estoy, a la cola de la renovación. Sí, la tecnología es cansina. Creo que ha ganado el imaginario de nuestra sociedad contemporánea. Ahí estamos babeando por el siguiente smartphone, por la siguiente temporada en la moda o por la nueva publicidad de tu equipo del alma reflejada en la camiseta con la que te identificas. Touché! Batalla perdida. Solo me queda escribir un post como este, que no va a ningún lado, me temo. Toca lidiar con las propias contradicciones. Otra vez.

Imagen de Gabor Mika en Pixabay.

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