20 citas de Chamanes y robots, de Roger Bartra

by Julen

Chamanes-robotsEn estas últimas dos semanas he leído un par de libros de Roger Bartra, primero Chamanes y robots (2019) y luego Antropología del cerebro (2006). Manel Muntada volvió a hacer un comentario respecto a este autor en el último taller de REDCA, la Red de Consultoría Artesana en Red (no era la primera vez que le escuchaba hablar de él) y me dije que había llegado el momento de leerlo. Entre otras cuestiones, este antropólogo y sociólogo mexicano es conocido por sus aportaciones a la hora de establecer vínculos entre la cultura y las redes neuronales a través de lo que denominó el exocerebro.

Estaríamos ante una capacidad humana por la cual, fruto de la evolución, somos capaces de establecer conexión con una serie de prótesis culturales. Esta idea la desarrolló, sobre todo, en Antropología del cerebro, libro que subtituló la conciencia y los sistemas simbólicos. Allí propone una conciencia extendida –de ahí el concepto de prótesis–, fruto de la evolución de los homínidos para sobrevivir y adaptarnos al mundo que vamos construyendo. Pues bien, en su más reciente libro, Chamanes y robots, nos propone un apasionante viaje a través del placebo y de la conciencia extendida. ¿En torno a qué gira esta «extensión«? Pues sí, lo habéis adivinado: la tecnología de que disponemos hoy en día, cada vez más «nuestra» y, a la vez, por qué no decirlo, más inquietante.

Bartra juega con la idea del ciborg, profundiza en el placebo, se sitúa en los límites de la fisiología o alerta sobre la nomofobia. El libro es, desde luego, muy sugerente, con muchísimas referencias que abren puertas a cual más atractiva. Vamos con las citas que hemos seleccionado y que, como siempre insisto en decir, no son un «resumen» sino una pequeña lista de detalles que hacen que mis neuronas se muevan.

¿Por qué el título del libro? Ingenieros y chamanes, ambos van en busca de dotar a robots y humanos, respectivamente, de conciencia:

…hay cierto paralelismo entre los procesos que desencadena un chamán o un médico en la mente de los enfermos que quieren sanar y los mecanismos que construye un ingeniero para dotar a un robot de algo semejante a la conciencia.

Cómo no, recurre a su idea central del exocerebro:

Yo parto de la idea de que la conciencia es un fenómeno híbrido singular propio de los humanos. Con más precisión, diría que se trata de la autoconciencia. Es la unión de dos esferas, la cerebral y la cultural.
¿Qué me propongo en este viaje? Busco pruebas que demuestren que para entender el fenómeno de la conciencia humana es necesario escapar del cráneo que encierra al cerebro. […] En el curso de las investigaciones me he topado con una gran resistencia de algunos neurocientíficos que no admiten que la conciencia pueda estar parcialmente ubicada fuera del cerebro, en las redes simbólicas de la sociedad.

Sobre el poder del efecto placebo y las condiciones que deban darse para que surta efecto:

El placebo acabó aludiendo a algo «artificial» que se cree «verdadero». Lo esencial es la creencia o la fe en un acto que se inscribe en el ritual oficiado por un brujo, un sacerdote o un médico, quienes con el poder de la palabra y de la simulación producen efectos curativos y placenteros.

Bartra recurre a Fabrizio Benedetti, un psicólogo y neurocientífico de la Universidad de Turín, para explicarnos que placebos y fármacos juegan en el mismo campo: la bioquímica, una de origen interno y otra extracorporal:

Fabrizio Benedetti ha señalado claramente que los placebos activan las mismas vías bioquímicas que son activadas por los fármacos. Los humanos están dotados de sistemas endógenos que pueden ser activados por expectativas positivas inducidas verbalmente, por rituales terapéuticos y por diversos símbolos sanadores. […]
Pero lo que a mí me interesa destacar es el hecho de que cuanto más espectacular e invasivo es el ritual, mayor es el efecto placebo.

Y en este contexto aparecen las prótesis, en un sentido amplio. Y entre ellas, una fundamental en nuestro tiempo: el teléfono móvil.

Este proceso biológico de curación o de alivio se completa bien (o se completa mejor) con el apoyo de prótesis simbólicas. Las prótesis están formadas por los rituales sanadores que, como lo prueba el efecto placebo, tienen una importante influencia en el curso de un padecimiento, aun en ausencia del apoyo de fármacos activos. […]
Hay una extraordinaria prótesis que se ha extendido enormemente y que nos conecta con el entorno: el teléfono celular inteligente, que se ha convertido en una pieza muy importante del exocerebro.

El teléfono móvil va ganando espacio en nuestra conexión con la realidad, pero sigue siendo una versión moderna de todos aquellos objetos que los antiguos chamanes utilizaban para conseguir tener efecto sanador en los pacientes.

Podría decirse que el teléfono celular inteligente es una versión hiperdesarrollada de los amuletos y colguijes[…], genera un efecto placebo parecido al que producen los conjuros y encantamientos.

Vivimos en un momento en el cual sin esta prótesis podemos tener problemas. El móvil se convierte en una extensión de nuestro cerebro. Forma parte, de una u otra forma, de la persona que somos.

Nomophobia (no mobile phone phobia), un término acuñado en 2010 cuando se analizaron los resultados de una investigación del servicio postal británico sobre las tensiones que produce la separación o pérdida del teléfono móvil en los usuarios de esta prótesis […]. los efectos nocivos que produce la falta de contacto con la prótesis electrónica van más allá del llamado efecto nocebo. Este efecto nocivo, como he dicho, es lo contrario del efecto placebo: resulta de la creencia de que ciertos medicamentos u operaciones médicas producen resultados dañinos, a pesar de que se trata de sustancias inocuas o de cirugías simuladas.

¿Qué es, por tanto, un smartphone? Esta es la definición que Bartra comparte en su libro:

El teléfono inteligente es un robot que extiende los poderes de nuestro ego.

Y llegamos, al chamanismo moderno, el transhumanismo, al ciborg:

La idea de que las prótesis rituales y simbólicas pueden crear extraordinarios efectos biológicos y contribuir a la sanación se ha extendido a lo que podría llamarse, si queremos verlo con un poco de ironía, un chamanismo posmoderno: el transhumanismo. Aquí los rituales y los simulacros son sustituidos por prótesis realmente implantadas en el cuerpo de los humanos para aumentar sus capacidades.

Bartra juega con la idea de interiorizar parte de lo que el exocerebro hoy maneja a través de prótesis como los smartphones:

Según Kurzweil no está lejos una condición humana en la que miles de nanorrobots circularán por nuestra sangre y en nuestro cerebro para combatir agentes patógenos, corregir errores en el ADN, eliminar toxinas y realizar tareas que mejorarán nuestro bienestar físico. Habrá una interacción entre nanorrobots y neuronas que deberá sustituir estas últimas por versiones no biológicas más duraderas y más eficientes.
La nueva Singularidad de los transhumanistas parece consistir en la transformación de porciones de nuestro exocerebro artificial en una nueva artificialidad mecánica interna, implantada con el objeto de «mejorar» y «aumentar» las capacidades humanas.

Pero la evolución de las máquinas y sus cada vez mayores capacidades de aprendizaje dibuja un horizonte en el que quizá quepa considerarlas como potenciales artefactos con conciencia. La pregunta está sobre la mesa. Claro que hay que entender el concepto de «conciencia» que maneja el autor:

¿Las máquinas caracterizadas por tener una potente inteligencia podrán algún día desarrollar una conciencia y una autonomía similares a las humanas? […]
Desde mi punto de vista, la conciencia no es únicamente un fenómeno biológico. La conciencia es un híbrido que enlaza circuitos neuronales con redes socioculturales. Es una confluencia de señales aparentemente electroquímicas en el cerebro con símbolos culturales en el entorno social. Esta congregación es particularmente importante en los momentos en que los humanos comprueban, no sin angustia, que para sobrevivir o superar dificultades no pueden confiar ciegamente en sus recursos biológicos; tienen que acudir a apoyos extrasomáticos de carácter cultural. En estas circunstancias los circuitos cerebrales se conectan a prótesis culturales.

Bartra compara chamanes e ingenieros de nuevo. El efecto placebo vs el efecto robótico:

Cuando un médico o un chamán realiza un ritual simbólico se suele producir un efecto biológico comprobable, el llamado efecto placebo. De manera similar, cuando un ingeniero crea un programa y lo inserta en una máquina produce un efecto mecánico útil. Lo podríamos llamar el efecto robótico. En ambos casos hay un artificio intelectual que provoca efectos tangibles en un cuerpo, sea orgánico o mecánico.

Con el nuevo de diseño de algoritmos para que las máquinas y los robos aprendan ya se ha dado el salto: deben hacerlo a partir de la manera en que lo hacemos los humanos, esto es, a través de redes neuronales:

La gran revolución, como señala Sejnowski, consiste en el uso de técnicas inspiradas en el modelo neuronal establecido por Alan Hodgkin y Andrew Huxley, quienes por ello recibieron el Premio Nobel en 1963, sobre la manera en que las señales en el sistema nervioso son transportadas por impulsos eléctricos que se convierten en señales químicas en las sinapsis. Para quienes impulsan los sistemas de aprendizaje profundo, las sinapsis son los elementos computacionales básicos del cerebro. Como dice Sejnowski, los circuitos neuronales tienen como propósito resolver problemas computacionales.

Y como nosotros, los humanos nos conectamos a la cultura y a lo social, los robots deberían conectarse también a su cultura, en este caso, su cultura robótica:

Quienes se dedican a crear y montar aparatos y sistemas dotados de inteligencia artificial deberían prestar más atención a lo que podría significar una cultura robótica, es decir, el conjunto de símbolos y costumbres que formarían el tejido de las relaciones y comunicaciones entre máquinas, y entre máquinas y humanos.
…en nuestro vuelo imaginario hacia el futuro, en algún momento nos encontraremos con una cultura robótica que se constituya en el cemento cohesionador de una colectividad de máquinas, un conglomerado del que seguramente formarán parte los humanos, los demiurgos de esta singularidad.

Bartra se revela contra la idea mecanicista de que el cerebro funciona sobre la base de inputs de información que son tratados por nuestros particulares algortimos y de esta forma generar las decisiones que nos gobiernan:

Los símbolos en matemáticas son puros y abstractos. En cambio, los símbolos en la lengua, la literatura, la música y las artes tienen cualidades que hacen pensar y generan sentimientos, pero no lo hacen de una manera exacta e idéntica en cada persona y en todo momento.
Hoy en día la robótica no puede abandonar el uso de la signología lógico-matemática para programar aparatos inteligentes. Se enfrenta a un problema similar al que nos topamos cuando intentamos comprender el funcionamiento de la conciencia humana, en la que se juntan en el mismo sistema las señales electroquímicas y los símbolos culturales. Un robot inteligente tiene que funcionar con un sistema que opera con signos de carácter matemático y señales electromecánicas en un ambiente basado en símbolos culturales.

De ahí lanza su propuesta de robots que funcionan como lo hacen las redes neuronales, que asumen ciertos principios de la teoría del caos, en particular los atractores.

Estos atractores combinan dependencia e independencia. Su independencia solo puede entenderse (y predecirse) mediante el cálculo de probabilidades, pero al mismo tiempo se trata de un fenómeno dependiente causalmente de las condiciones iniciales.
Los robots dotados de estos sistemas dinámicos no lineales nunca actúan reactivamente ante los estímulos externos. Actúan guiados por mapas de conducta generados por la relación entre las intenciones y las percepciones, es decir, por un sistema que aúna en un flujo vectorial tanto las intenciones como las percepciones.

Más allá de la construcción de ese tipo de robots, el exocerebro que nos dibuja Bartra tiene que ver, sobre todo, con nuestra capacidad de hablar:

El lenguaje es la pieza exocerebral más importante de la conciencia humana. […] El cerebro sin el habla no puede ser autoconsciente. Cuando el cerebro se conecta con un objeto que forma parte de su entorno simbólico, este objeto se convierte en parte del sujeto.

En el penúltimo capítulo del libro, que titula, «Máquinas sentimentales», plantea una distopía que parece lógica en su discurso:

… podría ocurrir una inversión que acabase convirtiendo a los humanos en prótesis de máquinas superinteligentes. Los humanos serán el sentronium de un robot. Esta nueva condición humana podría terminar en la pesadilla de convertirnos en meros pedazos de carne encargados de transmitir sensaciones y sentimientos a poderosas máquinas muchísimo más inteligentes que nosotros.

Si Bartra comienza el libro explicándonos el poder del placebo, lo cierra de la misma forma, con el placebo. Pero esta vez para cuestionarse si es que esta puede ser la forma definitiva que aceptar que las máquinas, que los robots, han dado el gran salto:

Estaremos frente a un robot verdaderamente consciente en el momento en que comprobemos que siente un alivio al aplicarle un placebo cuando sufra un malestar.

Y terminamos con una cita que hace unos años sería ciencia ficción y que no hoy puedo que no lo sea tanto:

Los impulsos que llevan a crear robots conscientes buscan otro logro similar. Tratan de cambiar el soporte biológico de las conciencias humanas para instalarlas en la maquinaria de un robot. Se trata de un camino paralelo a la construcción de máquinas autónomas con su propia conciencia robótica, pero en este caso se intentaría crear unos artefactos cibernéticos en los que se alojarían las mentes que abandonarían su cuerpo biológico para migrar a una existencia mecánica mucho más prolongada.

Imagen de 024-657-834 en Pixabay.

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4 comentarios

Ser o no ser digital, humanos antes y después de la COVID-19 – Consultoría artesana en red 29/04/2020 - 07:12

[…] de transmitir que sus piernas ortopédicas superan de largo las que usamos las personas normales. Rober Bartra necesita superar las restricciones de nuestro cerebro físico para comprender las capac…. Íbamos a mil por hora y, de repente, un virus provoca un aterrizaje brutal: tenemos que […]

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Cuando la tecnología va de personas: ¿qué rol juega Recursos Humanos? – Consultoría artesana en red 09/06/2020 - 06:00

[…] artificiales y a visión artificial. Las capacidades mecánicas son artificiales y se transforman, como nos explicaría Roger Bartra, en prótesis que se suman a lo que somos como humanos. El concepto de ciborg hace ya mucho tiempo que vive con nosotros. La discapacidad es un concepto […]

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Juanjo Brizuela 10/06/2020 - 09:33

Guau… da qué pensar… y mucho

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Actitud (crítica) ante la digitalización – Consultoría artesana en red 15/06/2020 - 06:22

[…] pasan hoy por una buena compenetración con nuestros gemelos digitales. La tecnología en forma de prótesis cultural, tal como la presenta Rober Bartra, tiene mucho que ver con esta expansión de nuestras […]

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