Sí, sentido en algún lugar aquí dentro. No sé muy bien dónde porque hay demasiados recovecos. Pero se coló por alguna rendija. Encontró la manera y se acomodó. En su escondite, lejos de miradas indiscretas, tranquilo, profundo, a la espera de su momento. Y sí, de vez en cuando, no sabe uno muy bien por qué ni cómo, aflora a la superficie del recuerdo y la memoria.
Pasan tantas escenas por delante que las candidaturas son infinitas. La magia de que algo pase el filtro es eso, magia. Indescifrable, aleatoria, caprichosa. Bueno, esa es una opinión. Quizá hay un algoritmo emocional que no soy capaz de entender y el tránsito hacia dentro depende de determinadas reglas lógicas. Pero no lo creo. La conexión, la chispa o el momento viven en una realidad paralela, con unas normas desconocidas para mí.
Una conversación puede pasar al territorio sentido. Igual que un paisaje, un rostro o un pensamiento. La selección de qué sí y qué no traspasa la frontera es objeto de análisis por las ciencias que rodean a los seres humanos. Cada vez, dicen, más cerca de una supuesta química que nos determina. Al final del camino parece que todo se reducirá a química. Pero, mientras esperamos el éxtasis de la explicación científica final, en cada recoveco ahí dentro una experiencia sentida sonríe con socarronería.
Siento no poder explicarme mejor. No es fácil aunque yo lo intento mil y una veces. Los cuatro párrafos son testigo de que no caigo en el desaliento. Aunque a veces falle, continúo en la brecha. Ahí dentro hay todavía muchas cosas que no entiendo. Ciertos rostros me interrogan y me desarman. Y, de repente, una mirada que parecía perdida, acaba dentro. Sentida.