Las empresas ya no serán lo que fueron

by Julen

Mi abuelo trabajó en la Babcock Wilcox, que aquí en la margen izquierda y zona minera de Bizkaia, todos llamábamos «la Balco». Además, en casa teníamos animales y se practicaba una agricultura para consumo propio. Allá en la cuadra compartían espacio dos vacas y una burra. Las vacas siempre tenían cada cual su nombre y mi hermana y yo les cogíamos siempre mucho cariño. Eran de la familia. Gallinas, conejos y palomas, además de un perro y algún que otro gato formaron también parte de mi infancia. Mi abuelo, hasta donde soy capaz de recordar, siempre trabajó en la Balco. Y en casa, cuidando los animales y cultivando las huertas. Ya se sabe que cada día del año había que ordeñar las vacas, a primera hora del día y al anochecer. Sí, 365 días al año. No está mal como obligación, ¿verdad?

Mi padre, por su parte, trabajó toda su vida en la banca. Pasó por unas cuantas versiones de lo que al principio fue el Banco de Vizcaya, así escrito, con la ortografía de la época. Digo versiones porque hasta llegar al actual BBVA hubo mucho trasiego de marcas. Pero él también conoció solo una empresa. Entró de chaval como botones y a progresar. Luego, por las tardes, echaba un cable en el negocio de un amigo. Mientras, mi abuela y mi madre trabajaban en casa.

Cuento estas historias porque yo, en cambio, no seguí para nada el modelo de mi padre o de mi abuelo. A los 25 años estaba montando con unos catalanes una empresa de consultoría en Bilbao tras un breve período en una gran empresa industrial. Luego llegó mi vinculación con las cooperativas de Mondragón: primero 6 años en LKS y luego otros 6 en Maier. Fue después, tras esos 12 años, cuando en 2003 decidí pasarme al lado artesano y creé Consultoría Artesana en Red, el proyecto del que vivo desde entonces, a medio camino entre la universidad y la consultoría. Y así hasta ahora, que estamos a las puertas de 2020.

Soy de esa gente a la que le cuesta explicarle a su madre a qué se dedica. Siempre tiro del recurso fácil: tú di en la pescadería que doy clases en la universidad, que eso lo entiende todo el mundo. Luego, lo otro, lo de la consultoría; bueno, eso es harina de otro costal. Pero, vaya, que así salimos del paso.

Es evidente que cuando hoy tomo contacto directo con chicas y chicos que salen de la universidad, su expectativa profesional es radicalmente diferente de la que tenían mi padre o mi abuelo; pero también de la mía. Yo siempre pensé que había dos bandos: empleo por tu cuenta y empleo por cuenta ajena. A un lado una forma de entender el trabajo y al otro otra bien distinta.

Pero hoy cualquier certeza ha saltado por los aires. Las empresas quieren trabajadores autónomos o, simplemente, trabajadores que se convierten en un recurso externo, como explican Salim Ismail y compañía en Organizaciones exponenciales. En el centro se colocan los beneficios económicos y con las dosis suficientes de greenwashing y socialwashing, las personas son una partida de gasto en la cuenta de resultados: cuanto más pequeña esa partida, mejor. Nadie quiere costes estructurales. Las grandes empresas referentes del éxito cuentan con plantillas ridículas para lo que conoció mi abuelo en la Balco. Hoy la inteligencia artificial y los robots mecánicos representan mejores opciones que esas personas llenas de emociones, posibles embarazos, depresiones y sujetas a bajas por enfermedad. Cuantas menos, mejor.

Mientras tanto, el discurso del talento, del mindfulness, de la retórica catapultada a lomos de chief happiness officers sigue su curso. Necesitan alimentar un relato de (auto)motivación, de tensión por el logro, por cambiar el mundo para que, finalmente, nada cambie. ¿Qué fue del proyecto de vida profesional? Dejó de ser responsabilidad de las empresas: hoy la culpa, para bien o para mal, es tuya. Tú eres responsable de tus éxitos y tus fracasos. Compite como si no hubiera un mañana. Porque probablemente no lo habrá (si fracasas). Si tienes éxito te lo llevarás todo. Es el premio para el macho alfa: todo el mundo a tus pies.

Las empresas compiten en una liga planetaria. El bar de debajo de casa compite con el Kentucky Fried Chicken y la librería lo hace con Amazon. Una lucha quizás desigual , ¿no? Las chicas y chicos del Kentucky consiguen su salario y hasta comida gratis. Genial. Amazon… bueno, Amazon es Amazon. ¿Cómo lo vas a comparar con la librería del barrio? Qué cosas tienes.

El caso es que se supone que, como sociedad, progresamos. Eso nos dicen. A pesar de COP25 y de que a lo mejor nos cargamos el planeta. Las empresas que debían comprar publicidad para limpiar su imagen medioambiental ya lo hicieron. La opinión pública es importante. Hay que montar fundaciones y esconder el lado escuro. Somos empresas socialmente responsables. Lo somos porque está escrito en nuestros valores. Lo somos porque forma parte de nuestro ADN. Léete la memoria de sostenibilidad si no te lo crees.

En fin, dicen que solo hay un sistema: el del capitalismo global. O lo tomas o lo tomas. Con libertad, por supuesto. La empresa es una institución con recorrido en la historia. Arie de Geus en su libro La empresa vivienta nos hablaba de alguna que otra que aguantaba en pie desde el siglo XVI. Sin embargo, me temo que asistimos a una transformación radical de lo que es una empresa. Asistimos a una atomización de la fuerza laboral. Todo se fragmenta y pierde peso en un sistema que nos despista porque modifica sus referencias de tal forma que ya no da cobijo sino que nos expone a la intemperie.

En 2020 las empresas siguen camino de hacernos a las personas irrelevantes. Como siempre, habrá excepciones. Pero me temo que la pelea es salvajamente desigual. Los grandes conglomerados empresariales de este siglo XXI no se andan con tonterías. Lo tienen claro: no quieren personas comprometidas de por vida. Mi padre y mi abuelo no son ya modelo de nada. Son solo una etapa más que quedó atrás. Sepultada en el cementerio de las relaciones laborales entre fuerza empleadora y las hordas de trabajadoras y trabajadores que un día existieron. Nos lo explicarán en museos y centros de interpretación: así se trabajaba antes. RIP.

Artículos relacionados

1 comentario

Cavilaciones sobre el futuro de un trabajo fragmentado – Consultoría artesana en red 13/01/2020 - 08:22

[…] hace muchos años que recurro a mi familia para explicar cómo han cambiado las cosas respecto al trabajo. No sé si la idea me vino de Genís –él también la suele utilizar– o si la manejaba antes. […]

Responder

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.