He leído recientemente dos artículos muy interesantes en torno al valor de nuestros datos personales. Por un lado, Marc Cortés escribía en Roca Salvatella: ¿Qué tiene más valor: cultivar datos o utilizar un móvil? De otro lado, a través de este tweet de David Sánchez Bote leía en El País una entrevista a David Cuartielles, fundador de Arduino, cuyo titular decía: La privacidad de los datos como concepto ético es muy flexible. La lectura en paralelo de ambos textos no tiene desperdicio porque nos enfrenta ante una realidad compleja que difícilmente acepta una interpretación unívoca.
Marc Cortés usaba un paralelismo con el valor económico del cultivo y la transformación de las fresas:
Vamos a poner un ejemplo para ilustrarlo. Imagina que eres agricultor y dedicas tu tiempo a cultivar las mejores fresas. Cuando recolectes esas fresas, acudirás a una empresa manufacturera para que te compre las fresas y, de este modo, producir una de las mejores mermeladas. Finalmente, alguien como tú o como yo, irá a una tienda y comprará esa mermelada. En este ejemplo, el agricultor cobra un precio por las fresas que cultiva y el productor de mermelada cobra un precio por haber transformado las fresas en un producto de consumo final. Ahora, sustituye las fresas del ejemplo por los datos que producimos cada uno de nosotros usando nuestros teléfonos móviles y la mermelada por la suma agregada y tratada de de esos datos. Algo no cuadra, ¿verdad?
David Cuartielles ponía, en cambio, sobre la mesa un punto de vista muy diferente al preguntársele por el escándalo de Cambridge Analytica:
La discusión ética no tiene solo que ver con casos tan flagrantes como este, sino por ejemplo con que la gente piense que sus datos son supervaliosos. Y creo que la gente está equivocada. Yo creo que lo que habría que hacer es dárselos a todos, porque cuanta más gente los tenga menos valen para quienes los quieren para su beneficio. Y además repercutirá en nuestro favor. Si la manera que tengo de pagar un sistema gratuito como el correo electrónico es con un anuncio o si la foto que mando de mi hijo o novia desde un país remoto sirve para determinar un determinado riesgo médico en mi país, pues bienvenido sea. La privacidad como concepto ético es muy flexible y está sujeto a cambios.
David Cuartielles tira de recetario clásico de economía de la abundancia: un bien cuesta menos en la medida en que es abundante. Sin embargo, Marc Cortés se detiene en una evidencia de la actual economía: la materia prima con la que en gran parte se construye son nuestros datos y no parece muy lógico que quienes los producimos no tengamos ninguna retribución. Si la transacción necesita en origen fresas (nuestros datos), ¿no va a haber retribución alguna a quien los produce? Ahora bien, ¿debemos convertir el dato personal en valor económico por defecto?
Viktor Mayer-Schönberger y Thomas Ramge en su reciente libro La reinvención de la economía. El capitalismo en la era del big data terminan su argumentación concluyendo que vamos a pasar de la economía del dinero a la economía del dato (no solo personal, en este caso, sino «dato» en general). En ella el dinero desaparecerá como valor de cambio frente al dato:
Como el dinero ya no será tan importante para engrasar la maquinaria de los mercados, nuestra visión de la economía va a evolucionar. En lugar de hacer equivaler los mercados al dinero, y la economía al capitalismo financiero –en el que manda el dinero de forma total y absoluta–, se empezará a entender que los mercados surgen allá donde haya flujos ricos en datos (y no allá donde haya dinero). El capitalismo financiero pasará a estar tan poco de moda como los hippies. Algunos lo echarán terriblemente de menos, pero ese aprecio no será más que pura nostalgia.
Mientras tanto, es evidente que nuestros datos sirven para analizarnos como población, tal como ha demostrado el Instituto Nacional de Empleo recientemente, y como punto de partida para los negocios de la economía contemporánea. La revolución del dato, debido al salto cuántico de las máquinas para analizarlos, abre un horizonte de incertidumbre en el que los más listos de la clase andan pescando de manera compulsiva. Tú y yo, ya ves, convertidos en inputs de los modernos negocios. Y lo que vendrá. Porque el mercado con nuestros datos ya está aquí, claro está.
Imagen de Nattanan Kanchanaprat en Pixabay.
3 comentarios
El símil de Marc, para mí, no se ajusta. El fresero incurre en unos costes para producir la fruta, y es lógico que cobre por ella al fabricante de mermelada. Pero nosotro/as, a título personal, generamos datos sin “producirlos”, sin unos costes. Afloran solos. Quienes “cultivan” realmente los datos son las operadoras. Son ellas las equivalentes al fresero. Por eso, para mí, los datos y las fresas no son sustituibles, como sugiere Marc. Esa distinción es esencial, porque en aquellos casos en que “hacemos un trabajo” para generar datos (como el fresero con la fresa), es fácil que pensemos en cobrar por él. No ocurre lo mismo con los datos que afloramos gratuitamente, que son la inmensa mayoría, y que, por eso, nos importa menos regalarlos.
Coincido más con la perspectiva de Cuartielles. Creo, sinceramente, que es normal que asumamos que “los datos que producimos no son nuestros”. En realidad, es así. No creo que mis datos sean míos. Sólo diría que son “míos” (y que “me pertenecen”) si alguien pretende hacerme daño o aprovecharse de mí con ellos. Pero mis datos, juntados con los de los otros, o sea, agregados, no son míos. Por eso, no entiendo la idea de cobrar por mis datos si se agregan. Y es ahí, precisamente, donde está el problema o dificultad de la propuesta de Cuartielles. La “abundancia” es relativa. Hay un coste de “cultivar datos”.
Estoy de acuerdo con David en que lo mejor sería que los datos se compartieran en abierto, los tuvieran todos, para que no se comercialicen, pero el problema ahí está en cómo hacemos eso sin un intermediario, con credibilidad y transparencia, que los “anonimice”, para que dejen de ser datos “personales” y se gestionen como agregados colectivos. Ese ente intermediario no debería ser una entidad privada, con fines lucrativos, sino un organismo público, fiscalizable, y que responda por el uso de esos datos (pero… ¿quién controla al controlado?).
Por otra parte, si mi compañía telefónica obtiene unos datos cada vez que llamo o accedo a Internet, ¿cómo puedo controlar eso? ¿cómo puedo asegurarme, en la práctica, que esa compañía “se los da a todos”, como dice Cuartielles? ¿qué incentivos tiene esa compañía para “regalarlos”? La única posibilidad sería obligándola por ley, que es una opción, pero mucho me temo que si “cultivar datos” tiene un coste sin contrapartidas, pocos incentivos van a tener para entregar los mejores datos. Éstos se los quedan, o los usarían desde una posición de privilegio, al ser ellos los que los capturan.
El tercer punto de vista que aportas, esa idea de que “los mercados surgirán allá donde haya flujos ricos en datos (y no allá donde haya dinero)”, no acabo de verlo. El gran reto, para mí, en los negocios, será, cada vez más, “monetizar” esos datos, que es algo complicado y que tiene un recorrido limitado. Hay un techo ahí. Parece intuitivo pensar que los datos son valiosos, pero convertirlos en dinero no es tan fácil, ni tan infinito, como parece. Puedes tener todos los datos que quieras, pero hacer dinero de ellos será cada vez más difícil, a medida que todo el mundo pretenda eso. Como individuo, me puedes analizar como quieras a partir de los datos, me puedes conocer a la perfección, y eso aumentará, sin dudas, las probabilidades de que yo te compre, pero a partir de ahí, en la decisión de que compre o no, intervienen un montón de otros factores que no tienen que ver, necesariamente, con esos datos que esa empresa tiene. Ahí se va a jugar el futuro, probablemente en los “no-datos”. Ahora estamos obsesionados con quién tiene los datos y cómo los procesa, y para mí, la clave y los límites, estarán en cómo traducir esos datos en compras, que es algo que está condicionado por muchos otros factores distintos a lo capaz que seas de obtener y gestionar datos.
Amalio muy interesante tu punto de vista. Sin duda es un debate apasionante y que justo ahora empieza. Pero para mi hay un «pecado original» que a veces damos por descontado. Para mi no se trata de un tema de propiedad en el sentido clásico (como es mio yo decido sobre el bien) sino un tema relacionado con el valor que tiene lo que cada uno es capaz de generar. Luego podemos decidir abrirlos y que todo el mundo pueda usarlos. Pero creo que al ser un «bien» inmaterial a veces nos cuesta ver el valor que tiene.
Gracias por los comentarios, Marc & Amalio. En mi caso reconozco que a cuenta de las clases en la uni sobre ética aplicada a Big Data e inteligencia artificial ando hipersensible con estas cuestiones. El gran problema, para mí, es que no sabemos que están «atrapando» una cantidad bestial de datos sin que lo sepamos y que, además, no sabemos qué hacen con ellos. Vamos, que el punto de partida es de mosqueo enorme. A partir de ahí, algo hay que cambiar. Es evidente que no se puede continuar de esta forma.
La «abundancia» a la que hacía alusión David derivada de una apertura global tampoco me parece la vía… en estos momentos. ¿Por qué? Por la asimetría en el manejo de los datos. Extraer valor de ellos pasa por algoritmos y no es moneda de uso corriente que cada cual sepa de algoritmos y cosas así. Los datos son la materia prima que está haciendo rica a mucha gente…, bueno, a determinado tipo de empresas con recursos bien para comprarlos o para capturarlos. El mercadeo está ahí.
No sé si nos debieran de pagar pero sí al menos deberíamos poder decir «no» a muchas cosas que ahora mismo van a beneficio de los GAFA de turno. Quizá hagan falta condiciones como: consentimiento, privacidad, transparencia, reconocer la propiedad… El valor económico también está ahí como un tema a debatir. Insisto, nos la están colando por los cuatro costados. En fin, esto se está poniendo feo. Elecciones incluidas 😉