No sé hasta dónde llegará, pero es evidente que en los últimos años el sector público se desangra. No sé si se podrá cortar la hemorragia o si el enfermo está herido de muerte. Las progresivas reducciones de puestos de trabajo, amortización va y amortización viene, han lanzado el sector a una situación crítica. Si, por ejemplo, hablamos de personal de la Administración General del Estado, en 2004 la edad media se situaba en los 46 años, en 2008 estaba en los 47, en 2012 alcanzaba ya los 49 años y en 2019 ha llegado a los 51,9. Son datos oficiales compartidos por la ministra en funciones Batet.
El mundo no se ve igual desde los 52 años que desde los 26. Si una plantilla muestra semejante desviación en su edad media, tenemos un serio problema. La ola de subcontrataciones que ha ido haciendo cada vez más hueco en el centro de las organizaciones públicas para desplazar el empleo hacia la periferia trae consigo consecuencias muy peligrosas. Si consideramos la diversidad un valor para ganar en cohesión y perspectiva, el hecho de que apenas haya gente joven en la Administración Pública la deja, en buena parte, fuera de la realidad.
Hace poco en un proyecto de cierto calado para el Ayuntamiento de Donostia en el que diagnosticábamos su comunicación interna, nos dimos de bruces con la realidad: hay que tener en cuenta el amplísimo ejército de profesionales que, sin formar parte estructural del ayuntamiento, tienen vínculos más o menos estables con él. Es gente que no es del ayuntamiento, pero que sí lo es porque en algunos casos tienen un peso brutal en una gestión eficiente. Hoy las organizaciones públicas se han ahuecado de tal forma que han generado un monstruo.
Porque, claro, ahora mismo, ¿de quién es la responsabilidad? Es fácil quedarse con lo bueno dentro y lo malo fuera. Cada vez que haya algún problema, será tan fácil como intentar colocar el muerto a alguien que no forma parte del sistema. Una organización de gente mayor pierde alegría, dinamismo e irreverencia. ¿No necesariamente? La estadística está para lo que está: la probabilidad de encontrar enfoques conservadores es mucho mayor. La innovación es, en buena parte, antinatura. Los esfuerzos para extraerla lo serán con sacacorchos, no queda otra.
Con el horizonte en 2029, es decir en los próximos diez años, el Gobierno calcula que el 51% del personal se va a retirar. Casi 70.000 trabajadores. Así, la mitad de los empleados públicos que hoy trabajan en los Ministerios y otros organismos de la AGE dejarán libres sus puestos.
¿Llegará la revolución y asistiremos a un relevo generacional? A peor difícilmente puede ir, pero el daño en las estructuras públicas ya está hecho. En el altar de la eficiencia se han ido sacrificando profesionales, cada cual con su saber hacer. Aquí yace fulanita de tal, que cumplió órdenes durante 40 años en este ayuntamiento hasta que su llama se extinguió. El puesto de trabajo desapareció. El mensaje es sencillo: no nos hacías falta. ¿Ves? Te fuiste y no pasó nada. El monstruo sigue funcionando.
El sector público se revuelve, claro. Escuchas que hay congresos diversos para levantar la mano y gritar: ¡Viven! Funcionarias y funcionarios elevan la voz en un lugar apartado de los Andes y gritan. Su avión se accidentó o, quién sabe, a lo mejor lo estrellaron porque no importaba demasiado. Cuesta mucho detener la avalancha de cesión de espacio al sector privado. El primer mundo ha dictado sentencia: no necesitamos un sector público como se conoció en el pasado. Necesitamos un sector público que se haga a un lado y deje paso al progreso.
Envejecidas y cansadas, las hordas que trabajaban en el sector público terminaron por aceptar su destino: la multiplicación por cero. DEP. Al otro lado del campo de batalla, mientras tanto, el mundo se llenaba de startups y precariado. A mayor gloria del progreso.
1 comentario
[…] batzuk lehenago Julen Iturberen beste artikulu esanguratsu bat irakurri nuen: El desmantelamiento del sector público (Sektore publikoaren […]