El valle queda escondido. Más aún de lo que cabía esperar. La orografía se retuerce caprichosa para permitir que todo permanezca esquivo a los ojos de la multitud. Allá arriba todavía más aún. No cabe sino pensar que ha querido perderse del mundo. Cualquiera sabe por qué.
Oculto a las grandes cimas, calla y esconde su respiración. Silencio. Hasta donde se puede. El tiempo cae en la red y se avanza con dificultades. Aunque las nubes corran deprisa allá arriba, aquí abajo la niebla se pega espesa a los árboles. Atrapada en un laberinto imposible, se mantiene inmóvil a la espera de que llegue el príncipe. Que nunca vendrá.
Arquetipo sin evolucionar, el valle renunció al progreso. Demasiado lejos de ninguna parte, no tenía sentido esforzarse en lo imposible. Así que dibujó una silueta hundida y junto a él se sumergió alguna que otra obra humana. Piedras de la fe, representan la convicción de antaño. Un exceso para nuestro mundo líquido.
En el centro, quieta, descansa la ermita. Sólo se llega allí con la imaginación.
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La imagen de la iglesia de Santa Margarida en su volcán es de efe Miramon en Flickr. Yo, como aún no he estado allí, la he recreado en mi imaginación.